lunes, 6 de diciembre de 2010

Memorias del Casco de Zaragoza (y parte III, el Restaurante)

El Restaurante, 2010

Nuevas galas para la ciudad, en ocasiones desmedidas


La Expo transformó la imagen exterior de la ciudad


Si el fin del mundo de los milenaristas no llegó con la entrada en el tercer milenio, una revolución urbanística sí lo hizo para los zaragozanos. Al calor de la Exposición Internacional prevista para 2008 la ciudad cambió su anquilosado vestuario. Renovó su fondo de armario de la única forma que ha sabido hacerlo desde su fundación por la VII Legión romana, el caos. Así, de manera completamente irregular, combinó trapos de mercadillo y Zara como una Estación Intermodal mal ubicada y peor orientada, o una nueva ronda de Centros Comerciales horteras e impersonales (Puerto Venecia, Plaza imperial, Aragonia…); con ropa más funcional y llevadera como el propio recinto de la Expo, hoy desaprovechado y moribundo, o la recuperación de la ribera del Ebro que hace que dejemos de dar la espalda a nuestro mar; o con prendas de alta costura como el Pabellón Puente y la Torre del Agua, entregadas en vasallaje a nuestras Cajas de Ahorros, o el eterno proyecto de la Milla Digital, que duerme el sueño de los justos.

Una ciudad que expulsa a sus hijos al extrarradio
(Barrio de Valdespartera)...

...o al consumo (C.C. Plaza Imperial)...

...incluso de vuelta al pueblo
(Urbanización en Utebo)

Pequeñas intervenciones y retoques que sumados ofrecen un nuevo aspecto a la ciudad. Más determinante para la vida de sus ciudadanos ha sido la voluntad institucional de expulsar de nuevo a una generación del centro. Monstruosas urbanizaciones son planificadas en los extrarradios sin ningún decoro ni necesidad. Mientras el centro urbano se nos muere, y sus solares son retenidos por especuladores a la espera de mejores tiempos, se arroja a los nuevos emancipados a zonas lejanas como Arcosur y Valdespartera por el Sur, Puerto Venecia por el Este y Parque Goya al Norte. A este proceso debemos añadir el éxodo a pueblos cercanos (Utebo, La Muela, María de Huerva, Cuarte, Cadrete, Alfajarín…) que familias tradicionalmente zaragozanas y urbanas se ven forzadas a hacer por causa del precio de la vivienda.

La ciudad se expande como una rosquilla al arrojarla al aceite hirviendo, hacia afuera. Pero lo que no aparece en los informes municipales es el riesgo de que también se agrande el agujero que queda en medio. Lo cierto es que a día de hoy ese peligro no se ha materializado. Y no por actuaciones del consistorio, sino porque un sector importante de población, los hijos de los que una vez abandonaron el Casco Histórico para ser deglutidos por fortalezas de alto standing y barrios nuevos que prometían vida confortable, regresan hoy a su origen ofreciendo a la zona lo que desde hace tanto tiempo necesitaba. Juventud, dinamismo, pequeños negocios creativos y originales, iniciativas ciudadanas de carácter social, reivindicaciones y exigencias de servicios públicos, convivencia de culturas, arte y buen gusto son aspectos que se están aportando al corazón de Zaragoza por sus nuevos moradores. En la mayoría de las ocasiones, los antiguos edificios de enormes viviendas son rehabilitados y cuarteados en pequeños apartamentos, más acordes con el tipo de vida actual. Sin planificación, ayudas, ni inversiones públicas, los vecinos están transformando zonas antes ocultas, innombrables y degradadas en las más pujantes de la ciudad.

En primer lugar se recuperó con un buen lavado de cara la parte comprendida dentro del coso romano, entre Cesaraugusto y el Coso Bajo. El regreso a la vida continuó con el barrio de San Pablo, que brilla hoy ante un ciudadano que lo redescubre con sorpresa y satisfacción. De manera más rezagada, la zona comprendida entre el Coso y Asalto está en pleno proceso regenerativo, y muestra ya estampas muy prometedoras, con el Centro de Historia como punto de referencia del empuje.

El Centro de Historia vertebra el barrio

Nuestro relato se sitúa en la vertebradora calle Mayor, que atraviesa el Casco por su mismo corazón. Allí, encontramos un local que conserva entre sus paredes la historia zaragozana del siglo XX y augura los cambios que se preparan para el actual. Horno panadero en tiempos de hambre, taberna popular en los de sed, y por fin Restaurante vanguardista en los de falsa abundancia actuales. Lo más curioso del lugar es que en ningún momento ha tenido nombre, pensaba Catalina cuando tuvo que decidir el del restaurante. La panadería de Reme, la tasca de Cata, El Restaurante de Chuan no le encajaba para un negocio con grandes aspiraciones. Así que optó por algo que conservase la esencia y le aportase el necesario toque chic. Restaurante Anonymos así, en su acepción original griega, rezaba le minúscula placa plateada incrustada en la vieja piedra junto a la puerta.


En el taxi nada era como otras veces...

Modernas instalaciones del Aeropuertode Zaragoza

En el taxi  de vuelta del aeropuerto el ambiente era distinto al de otras veces. Durante los cinco años anteriores, por dos veces al año hacían madre e hijo el mismo recorrido. Interno en la Escuela de Alta Cocina de Cordon Bleu en París, el joven regresaba una semana a casa en verano y otra para Navidad. Llegaba nervioso y la boca se le llenaba de frases que se amontonaban unas sobre otras. Era tanto lo que tenía que contar a Remedios y tan escaso el tiempo que debía darse prisa. Pero aquella lluviosa noche sólo se escuchaba en el taxi la voz monótona de un locutor. Era distinto. Chuan regresaba para quedarse.
La vivienda de la parte de arriba del restaurante compartía el mismo estilo que éste. Aséptico, minimalista, propio de alguien poco hogareño. Apenas una mesa aquí, un sofá junto a la ventana, alguna silla bajo paredes desnudas. El dormitorio de Chuan consistía en una enorme cama sin cabecero, un armario vacío con puerta de espejo y un pequeño escritorio con una única silla sobre el que dispuso el microordenador, el iphone, un par de reproductores y el libro que le acompañó en el viaje, En busca del tiempo perdido, muy oportuno. En un rápido recorrido por el que iba a ser su nuevo hogar, pronto concluyó en diagnosticarlo como frío y poco acogedor. Los brillantes azulejos de los cuartos de baño, la cocina todavía con los sellos de fabricación adheridos, pues la Reme desde pequeña, únicamente se alimentaba de la comida que preparaba mientras trabajaba. Comprobó que el frigorífico y la despensa estaban vacíos, no había nada que llevarse a la boca. Sacó la ropa de la maleta y la colgó meticulosamente en el armario. Su madre había bajado para vigilar el cierre del día y comprobar cómo había discurrido el servicio de cena en su ausencia. Sabía que no regresaría hasta tarde, no tanto por el trabajo que llevaba, sino por no afrontar una conversación trascendental que ninguno de los dos deseaba. Así, que se sentó en el sofá delante de nada, pues por no haber no había ni televisor en aquella casa. El estómago le protestó, así que se puso la chaqueta y se lanzó a la calle en busca de algo que llevarse a la boca. Recorrer aquella calle siempre había sido un placer para él. Amalgama de edificios dispares. Unos del siglo XIX inexplicablemente se sostenían junto a otros neomudéjares de mitad del XX, que a su vez contrastaban con las atrocidades concebidas apresuradamente en los ochenta. La calle, que cambiaba de nombre y estilo varias veces en su recorrido desembocaba en un premio, la entrada principal del Mercado Central. Hasta ahí llegó para sentarse en las escaleras, bajo las altas puertas cerradas y se encendió un cigarrillo mientras recordaba a su abuela, fallecida ya hacía tres años, pero enterrada unos cuantos antes al internarla en un centro para enfermos de Altheimer, donde pasaba el día repitiendo su nombre a gritos, Catalina, Catalina, Catalina…Veinte años antes, todos los sábados por la mañana, la abuela lo vestía elegante y se iban de la mano con el carro de la compra hacia ese lugar. Recordaba el bullicio, los olores penetrantes, carros que atropellaban los tobillos, desfiles de colores en los puestos. Estaba convencido de que su vocación por la gastronomía venía más de aquel lugar que de la cocina del bar donde su madre gobernaba con mano dura, más de la mano cálida de la abuela que de la rígida y huesuda de la madre, la que rara vez le acarició. Lanzó la colilla al suelo y se dirigió a un local de Kebab que recordaba que había en el otro lado del mercado. Allí pidió la especialidad, que consistía en una enorme pizza turca elaborada con aromáticas hierbas y especias, que acompañó sin el menor complejo de una Coca cola Ligth. El frío de diciembre le helaba la nariz de vuelta a casa, caminando encogido como recordaba de sus viejos inviernos zaragozanos. El sentimiento de soledad que le había acompañado siempre sin saberlo se estaba apoderando de él, y ya no lo abandonaría hasta el final.

Globalización...

...culinaria (Pizza turca de hierbas aromáticas)


Una cama y entorno impersonal le esperaban...

Además de los pocos enseres y del reclamo de su madre para trabajar en el Restaurante, Chuan había traído de París una sola cosa más. Una intención. Desde niño los silencios y esquivos eran las únicas referencias que tenía respecto a un tema, que nunca le quitó el sueño hasta hacía unos meses. Las dudas sobre la identidad y la historia de su padre le asaltaron en su destierro francés. Traía el propósito de conocer sus raíces como prioridad absoluta. Quizá sabiendo el lugar exacto del cual venía podría esclarecer el camino que debería seguir en adelante. Aunque decidió no afrontar el asunto los primeros días, que dedicó a instalarse y conocer el negocio, buscó la ocasión en cuanto pudo.


El caballo se los llevó

 
No es que le pillará de sorpresa. Es más, Remedios sabía que aquello ocurriría tarde o temprano, y tras años de preparación para el momento, no sabía como afrontar el tema. Fue un viernes de la semana anterior a Navidad. El trabajo fue brutal, pues los clientes, más jocosos que el resto del año, alargaban menús y sobremesas sin medida. De madrugada, cuando ya se había ido el personal, se quedaron sentados en sendos taburetes de la enorme y metálica cocina. Lo que unas horas antes fue una locura de dimensiones bíblicas se transformó en un silencio sepulcral que lo invadió todo. La Reme y su vástago no tardaron en sentirse incómodos. Sabían que, desde que Chuan había regresado, se debían unas cuantas conversaciones. Hasta el momento toda comunicación entre ellos se había limitado a palabras superficiales sobre la casa, el Restaurante, los cambios en el barrio, etc…pero ninguna hablaba verdaderamente sobre ellos.
- Mamá, tengo que preguntarte una cosa- La voz del joven resonó por la cocina como un escalofrío
Remedios no contestó. Dirigió su mirada hacia él y esperó lo que tanto tiempo sabía ineludible.
-¿Quién era mi padre?- le espetó, como si le lanzase una bala desde el otro lado del fogón- Creo que ya es hora de que me lo cuentes- esta vez no desvió su mirada de la de su madre, la aguantó con espíritu desafiante. No suavizó el tema con adornos ni rodeos. No quería darle escapatoria a aquel toro. La puerta de toriles estaba cerrada a cal y canto.
-¿Qué es lo que sabes, hijo?- la voz venía de dentro. Arrancaba desde el mismo lugar que sus inspiraciones delante de un fuego de gas, pero esta vez no en forma de receta sino de palabras. No era su lenguaje, eso estaba claro.
-¿Qué qué sé? Pues nada ¿Qué voy a saber? Que es un tema tabú, que la abuela y tú os escondíais de mí para nombrarlo, que decidisteis que ejerciese de huérfano sin serlo- las lágrimas comenzaban a caer desde sus ojos enrojecidos- que me hicisteis creer que era normal crecer sin él- Chuan se levantó dispuesto a continuar la larga lista de reproches que parecía recitada de memoria.
Remedios cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, y ese gestó bastó para frenar las intenciones de Chuan. La herida estaba abierta y la sangre a punto de brotar, no eran necesarios más disparos.
-Siéntate y escucha- Recompuesta del primer impacto, la madre volvió a encontrar el tono seco y autoritario por el que era conocida – Si lo que buscas escuchar es esa paparruchada de que eres hijo del amor, levántate y vete porque no lo vas a hacer. No sólo no te quise tener, sino que todos los días que te lleve en mi vientre deseé levantarme sobre un gran charco de sangre y que desaparecieras en él- el gesto duro se fue ablandando en actitud humana, incluso se permitió juguetear con una cabeza de ajos que alguien olvidó retirar de la mesa- Pero con la misma verdad te digo que te quise desde siempre. Ya sabes que soy especial en el trato con las personas, pero siento igual que todas. Soy de cascarón duro, tanto que me es imposible convivir con nadie, pero moriría de soledad si no estuvieses. Aunque haya miles de kilómetros entre nosotros, aunque sientas que no estoy ahí, siempre te necesitaré más que tú a mí- cada silencio en la confesión era tomado por madre e hijo como un tiempo de digestión. Era la primera vez que Chuan le oía hablar así. Era la primera vez que ella hablaba así -Fue una noche de un fin de semana algo especial- continuó con el monólogo desordenado –Había conocido a tu padre la noche anterior. Era resultón, no guapo, y tenía una voz preciosa que aprovechaba, el muy cabrón, para conquistarnos a su antojo. Bebimos mucho y todo acabó como te puedes imaginar en la primera vez. Fue precipitado y nada romántico- con estas palabras despachó Remedios el asunto de la violación. No por crear nuevos muros de mentiras, sino porque nunca la sintió de otro modo – Al poco, se enganchó como tantos. El caballo se los fue llevando a todos por tandas. Sobredosis, el puto SIDA, o simplemente porque los cuerpos degeneraban en espantapájaros de paja día a día- Ya en pie –A tu padre le tocó en suerte una sobredosis. Todo muy rápido. Fue detrás del cuartel de sementales, donde ahora está el Trovador. Pero puedes estar seguro de dos cosas. La primera es que cuando lo encontraron con la aguja clavada en el brazo, su cara, ya demacrada, aun esbozaba una sonrisa valiente, como si se estuviese riendo del destino. Y la otra es que tu madre jamás le abandonó. Vestí y alimenté como pude a toda aquella tropa, mis cachorros les llamaba tu abuela, y sigo pagando mi deuda con los que fueron sus hijos. ¿Nunca te has preguntado porque sólo trabajo con jóvenes del barrio? ¿Porqué les exijo al límite?- lanzó las preguntas al aire poniéndose en pie. En un melodrama esto hubiese acabado en un abrazo reconciliador, pero en la calle Mayor nunca abundaron los sentimentalismos. Una larga mirada entre los dos les hizo sentir que la deuda se había saldado con creces. Nadie podía imaginar a Remedios en una confesión de esta envergadura, y la que menos ella misma. Pero ya estaba hecho. Sin dejar alargar demasiado el silencio de resaca, la mujer caminó despacio y digna hacia la puerta de salida principal y antes de atravesarla, se giró de nuevo hacia el joven y le susurro con voz ya casi temblorosa -Tú eres mi premio, Chuan, algo debí hacer bien- y sin cerrar la puerta se perdió en la neblina oscura.
Una sonrisa plantó cara al destino...
Nunca volvió a tratarse el tema entre ellos. Ni siquiera surgió la obsesión por los detalles que en otra persona hubiese sido normal. A Chuan le bastó aquella noche para descubrir a su madre. Las cosas discurrieron como se habían previsto. Poco a poco Chuan fue entrando en el ritmo del trabajo y se destacó tanto por su buena mano creativa como por su gran capacidad de trabajo. Virtudes heredadas de su madre. Incluso, de manera discreta y tácita fue ocupando espacios y tareas que a nadie se le hubiera ocurrido discutir. Remedios se daba cuenta con satisfacción de este hecho, y del mismo modo le dejaba hacer. En un año, el personal ya no sabía a quién de los dos dirigirse ante un problema o asunto importante.
A nivel personal, y debido al ritmo tan fuerte de trabajo que se autoimponían en Anónimos, Chuan fue maquillando el insoportable sentimiento de soledad con amistades que fue trabando con gente del trabajo y del entorno inmediato. Era el jefe, pero se esmeraba por ser ejemplo de trabajo y un buen compañero, virtudes que pronto todos reconocieron en él. Era tan parecido a su madre ante el fogón como distinto en los momentos de descanso. Cercano, cariñoso, cada vez más dado a las bromas. Incluso se rumoreaba algún escarceo con Julita, una jovencísima ayudante de repostería, que no podía evitar la sonrisa cada vez que Chuan entraba a hablar algo con el maestro obrador.

En el obrador del repostero trabaja una jovencísima Julita...
Así que sin nada reseñable en nuestra historia durante un largo año donde, si cabe, el Restaurante todavía creció en reputación y calidad, avanzamos la historia hasta el siguiente fin de año.
Ante el panorama de verse mano a mano con su madre en el frío sofá de casa, con una bandeja de langostinos cocidos sobre las rodillas, con la mirada fija donde por naturaleza debería haber una televisión. Chuan había buscado escapatoria organizando una gran fiesta en la sala del Restaurante donde todo el personal estaba invitado junto a sus familiares. Un cotillón nada del gusto de su madre, que no se atrevió a negarle el capricho, porque, aunque era mucho el trabajo de preparación del evento, Chuan se lo había echado todo sobre sus hombros. La noche de autos la gente fue llegando y abarrotando la gran sala. Banderitas, luces, música alegre transformaron la fría sala en una especie de verbena de pueblo.


Chuan se echó el peso de la fiesta a su espalda

Bandejas de pasta...

...salchichas, hamburguesas, huevos y bistecs

Los vagabundos en corro daban largos tragos de Champagne

Largas mesas repletas de embutidos, quesos, panes crujientes esperaban a los asistentes. La cena fue de maravilla. Se trataba de un buffet, con todo el mundo de pie de aquí para allá. Una mesa para el vino y el cava helado, otra donde se sacaba constantemente del horno bandejas tremendas de pasta con todo tipo de arreglos, arroces de multiples sabores y cremosidades. Un  profesional del corte de jamón no dejó caer el cuchillo en toda la noche e iba acumulando a sus pies los huesos de una pata tras otra. La gente se servía en platillos que devoraba de pie al ritmo de la música de moda. En la otra parte de la sala la plancha echaba humo. Kilos y kilos de salchichas, hamburguesas, bistecs, pechugas, huevos, iban cayendo sobre los panes humeantes que la gente tendía abiertos a los camareros. Varios recipientes repletos de salsas incitaban al pecado. Mayonesa, tártara, romesco, all i oli, brava, guacamole, queso fundido y decenas de ellas se desparramaban por los improvisados entrepanes que cada cual se preparaba al gusto. Cerca ya de medianoche hizo entrada en la sala el maestro obrador escoltado por la joven Julita, que no apartaba la vista de Chuan, insultantemente elegante para la ocasión. Arrastraban un enorme carro de repostería coronado por lo que parecía una tarta nupcial, pero habían cambiado las tradicionales figuras de novios patéticos por las cifras 2011. Apagón de luces, velas encendidas, aplausos y sabrosos bocados dulces sin medida llevaron el reloj a la hora esperada. No había televisión en el local, así que habían ideado un sistema más romántico para comer las uvas. Abrieron los grandes ventanales que daban a la calle y se hizo un tremendo silencio entre la concurrencia. Seguirían la entrada del año como hacían en siglos olvidados en el mismo lugar, al ritmo de las campanas de la Madalena. La idea conmovió hasta Remedios, que aun sin reconocerlo, valoró la iniciativa como un gran acierto. Todo salió a la perfección, porque a partir de ahí los excesos comenzaron a hacer mella entre la gente, y el caos, el desorden y toda la lista de pecados capitales y veniales fueron apareciendo.

Albergue de Alonso V

Vista nevada del Parque Bruil como lo vió Chuan aquella noche

Renovada desembocadura del huerva, antes refugio de yonquis

Serían más de las cuatro cuando Chuan se percató. Su madre había pasado la noche entrando y saliendo de la cocina ayudando a los camareros a sacar las bandejas de comida preparada a las mesas del comedor. Pero en ese momento la cocina ya estaba recogida y la puerta cerrada. No la encontró entre las caras ya desencajadas por el alcohol, ni la había visto subir por las escaleras de la casa. Preguntó por ella, hasta que un joven ayudante le indicó que le había ayudado a cargar una caja de botellas de Möet en un carro transportador en la parte de atrás del Resturante , y la había visto irse callejón abajo arrastrándola. Algo intuyó el joven chef, porque sin ponerse el abrigo salió al frío de la calle y echó a correr. Callejeó con largas zancadas, como hacía de niño cuando caía una moneda en sus manos e iba a invertirla en alguna chuchería  del quiosco del parque Bruil. Llegó al Paseo Echegaray, ahora orgulloso de sí mismo, salpicado de Terrazas en verano y de veladores cubiertos de aspecto moderno en aquellas fechas. Los grupos de borrachos no reparaban en aquel joven que corría, buscando entre los rostros Hierro, ahora disfrazado de hincha zaragocista blanquiazul por votación popular, y giró hacia la Placita en la que comienza Alonso V en su recorrido hacia el parque. Era indudable, había pasado por allí. En la plaza, donde se alojaban los vagabundos que no querían entrar al albergue municipal instalado en la misma calle, un grupo de barbudos acompañados de sus carros de compra de supermercado repletos de trapos, colchones y perros, bebían en círculo pasando de boca en boca largos tragos de Champagne en lujosas botellas. No paró a interrogarles, sabía donde tenía que ir. Debía llegar a tiempo. El corazón latía cada vez más deprisa. Los pulmones se llenaban de aire helado cada segundo. Sentía gotas de sudor resbalando por la espalda, que quedaban congeladas al contacto con la ropa. El Edificio Trovador apareció ante él. Se internó en el parque y siguió corriendo por la hierba húmeda y resbaladiza. Todo estaba oscuro, el parque ya no era el mismo de hacía veinte años, pero supo orientarse en el hasta llegar al lugar de destino, la esquina donde el Huerva muere en el Ebro. Allí también murió su padre y ahora debía evitar que el círculo de la tragedia se cerrase. Pero ya era tarde. Demasiadas generaciones dirigidas a un destino que esa noche se iba a cumplir. Todo llevaba a la cruz. Todo llevaba al Ebro. Junto a la orilla descansaban los negros zapatos brillantes y el lujoso bolso que su madre lucía en su noche de despedida. El río callaba. Ignorante de su culpa seguía su camino hacia el mar. Chuan se sumergió hasta la cintura. Lentamente. Fijando la mirada en los oscuros remolinos que formaba el agua helada y oscura. Una lágrima arrastrada de siglos atrás se deslizó hasta la barbilla y goteó en el río, que la arrastró rumbo al encuentro con Remedios. Hacia el mar, siempre hacia el mar.

El barrio siempre aspiró al mar

6 comentarios:

  1. A veces, sin darnos cuenta, nuestros escritos sirven para liberarnos de fantasmas que llevamos dentro. Y, a veces, sólo en muy contadas y brillantes excepciones, cuando están inundados del alma de su escritor, también liberan los fantasmas de alguien más.
    "Me gustaría darte el mar" Salud
    Belén

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  2. Me gustaría ser chef y estudiar cocina en París. Mi madre no es como Remedios y si algún día quiere llegar al mar, solo tiene que cojerme de la mano y la llevaré.
    Chuan

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  3. Muchísimas gracias por visitar mi Blog, gracias a eso he podido conocer el vuestro, me parece muy interesante ,un besazo.

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  4. Que gusto da leer a zaragoza en vuestras palabras!!BRILLANTE!!

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  5. Hola chicos!!, aquí me quedo para leer todo, todito!!!
    Besos y vuelvo con más tiempo mas tarde!!!

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  6. Me habéis enganchado,.... alaaaaa aquí estoy con mi cafetín mañanero ,...y leyendoos como una posesa... me gusta el blog asi que os sigo

    un beso desde www.lasguisanderas.com

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